lunes, 12 de febrero de 2007

Mirada triste

Esta es la mirada triste del chico que contemplaba el infinito. Sentado en el vagón del tren, la luz se iba quedando atrás con la ciudad, y con la ciudad el comienzo del fin.
Había un camino de ida. Todo se fue, nada quedaba. No valía en este juego echar raíces. Necesidad urgente la de buscarle abrigo a su soledad, pero en otro lugar. Un refugio nuevo para ojos tristes.
Desplegó los mapas de todos los senderos. Papeles arrugados, documentos falsificados. Una botella de agua caliente y la urna con las cenizas de todos sus muertos. El verano pasó, ni siquiera entonces la hecho de menos. La lucha lo destruyó. Se disolvió en el mar de las penas la fragilidad de su locura, ahora era recto: "Ya no la quiero".
Mamarrachos dibujados con aliento y el dedo en el vidrio de la ventanilla, "Los años nos hacen mejores, no hay que desencajar". Un bastón para apoyar los pasos amargos, después tirarlo en una fogata. Poner recta la espalda, oxigenarse el corazón y dejar la ciudad.
"A donde va el tren de las siete de la tarde?". Y se hecho a correr por las escaleras mecánicas. Un pasaje de ida. "No regreso, ya no la quiero".
Saliendo de Buenos Aires, la nostalgia de todo lo que fue y todo lo que jamás volverá a pasar. Un trapo blanco le cuelga del cuello, se nota. Se va rendido de acá tarareando en voz baja para no escuchar los pedazos rotos del corazón cuando le chocan contra los pulmones.
Chau San Telmo, Recoleta, Almagro y Chacarita. No hay remedio para mi enfermedad, he perdido el control.
Un beso desabrido para ella. Una caricia a su inmolación, un saludo desde mi humillación. Acá, yo un vago, esclavo que ella se olvidó.

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